22 enero 2018

Cualquier parecido es otra cosa



publicado en la revista Estrategia Económica y Financiera, Arte y Sociedad, 31 de agosto de 1996
 

















Si siente que el arte se ha convertido en algo ininteligible, crudo, sorprendente o simplemente confuso, es porque algo, en alguna parte, se ofrece como modelo. De algún modo esta manifestación cultural termina por representar aquello que flota invisible en la atmósfera decantándose en una forma de 'noticia lenta'.


Sin embargo, uno de los principales inconvenientes en la relación del público con el 'arte moderno' se debe a un remanente intocable, a un sedimento en su prestigiosa idea genérica cuando se identifica automáticamente el ARTE con algo extraordinario y sublime asociado a una proeza, casi siempre técnica, de esas que uno 'no podría hacer' por sí mismo. Y el origen de esta generalización pintoresca no es otro que la fama inmarcesible, todavía rutilante, de los artistas del Renacimiento. Imagen prestigiosa sostenida por la fuerza del consenso como si hubiesen ofrecido, de una vez para siempre, la medida insuperable y completa de algo: el Arte mismo.


Es fácil imaginar entonces la incómoda situación de tener que compararse con lo 'incomparable', con las condiciones que contribuyeron a crear el paradigma que identifica el Arte con el Renacimiento, con sus personalidades y talentos enmarcados en un momento de privilegio. Cosas qué decir? ahí está la religión y la mitología con toda la seducción de sus respectivos arsenales temáticos. Espacios y lugares? ni qué hablar de iglesias, palacios y todos sus etcéteras en total complicidad arquitectónica. Comunicación, entendimiento? el santo padre susurrando confidencias al oído del artista y un público que distingue perfectamente una María Magdalena de una santa en arrebato.


Aparte del turismo organizado y sus peregrinaciones en masa, lo que queda hoy de todo eso son esas colecciones de arte, con video incluido, que encontramos en los supermercados al lado del enésimo CD de Beethoven o Mozart, la museográfica vida de animales salvajes en reservas 'naturalmente' africanas, las revistas de chismes de farándula, las chocolatinas, y las máquinas de afeitar desechables. Esa noción de los 'valores de la cultura universal' livianamente camuflada entre las ofertas domésticas, la canasta familiar donde la serpiente del conocimiento (ya inocua) aparece enroscada en el frasco de la mermelada.

 

Y no que Miguel Angel, para poner un ejemplo, haya dejado de interesarnos. Miren si no el reciclaje cromático a que lo sometieron los restauradores japoneses demostrando que bajo la noble y sucia pátina del tiempo se ocultaba el audaz colorista psicodélico. Qué decir, modernamente hablando, del caso Van Gogh, casting perfecto del artista incomprendido y miserable cuyas pinturas alcanzan precios astrales, sugiriendo el tácito e inevitable pensamiento: 'si hoy viviera, sería millonario' ... Pero si así fuera, el mágico ingrediente de su sufrimiento no podría, tal vez, garantizarnos la carga luminosa arrebatada a su realidad contundente. Alternativa del artista moderno la cual Picasso se encargará de ilustrar de manera espectacular y no menos anecdótica.

 

De todos modos, trátese del protegido artista del renacimiento o del moderno 'atleta' en solitario, les cabe idéntico tratamiento con respecto a su digestibilidad o asimilación popular: cómodos fascículos coleccionables que uno va adquiriendo sin darse cuenta, al modo subliminal, subrepticio. Como esas tortugas ninja, héroes de alcantarilla y antifaz con nombres de artistas legendarios (Leonardo/Leo, Michelangelo/Mikey, Rafael/Raph, y Donatello/Donnie), todo un kit de compensación cultural, cruce de desarraigados delincuentes norteamericanos y representantes legítimos de un irrecuperable linaje europeo. Fábula subterránea (por aquello del subway) del arte como último y codiciado baluarte. No pagó acaso Bill Gates treinta de los suyos por un códice de Leonardo ?

 

Ahora, a qué va todo esto si no es para señalar que la idea de Arte, habéndose diluido en pócima estandarizada al alcance de todos, acaba, como todo cliché, por convertirse en la vacuna o el antídoto de los valores que él mismo representa. Un simple razonamiento diría que lo que ha hecho es traducir sencillamente, la idea en producto. De modo que las indicaciones en las cajas de cereal serían de la misma naturaleza instructiva, supuestamente vitamínica, que las biografías de los 'Grandes Maestros'. Maravillas de la era de las comunicaciones, podría decirse con cierto entusiasmo, repartición masiva de tesoros custodiados desde siempre por las élites o simple Revolución (a la Francesa) del negocio editorial democrático. Sea cual sea, y a pesar de la sana y noble intención, el sentido de fondo resulta desvirtuado sutilmente. El hecho es que todos esos argumentos de untar 'la fina' margarina sobre el pan popular no pasan de ser truquitos comerciales montados ingeniosamente sobre el vacío emocional de las gentes. Y si bien es cierto que el arte siempre se ha dejado manosear, también lo es que termina por ser bastante escrupuloso a la hora de entregar sus afectos.

 

Lo que es igual a decir que muchos de esos intentos por 'culturizar' lo que hacen es refrendar los lugares comunes impidiendo de entrada la aproximación individual que el arte requiere. Y es que 'comunicar' significa transmitir lo común, lo que ya todos sabemos. O sea que el arte oculta el arte al momento mismo de ofrecerlo como el trofeo cultural que su ligero 'barniz' representa, en lugar de procurarlo por vías menos anecdóticas y superfluas, a falta de una temprana educación escolar que lo hiciera más familiar y espontáneo. Resultado de una estrategia de ventas en la cual 'el cliente siempre tendrá la razón', ahorrándole la intimidad y el esfuerzo que corresponde.

 

Ni que hablar entonces de lo inconveniente que pueda resultar frente a las características del arte contemporáneo ya que en nada o muy poco se parece a la 'idea' que tenemos del Arte. Y si esta noción con mayúscula se sostiene en este siglo ineludible y conmocionado, el sentido de su actividad quedará suspendido en la perpetua y estéril discusión de si la obra actual es, o no es, el Arte que pretende.

 

Qué podría hacerse al respecto ? Aparte de políticas culturales, y analizando un poco más a fondo, podríamos decir que mientras no se transforme la opaca y pobremente ilustrada orientación empresarial que subyace en todas nuestras actividades humanas, única conducta de relación  y de intercambio, las necesidades en términos de educación y deleite no solo no podrán implantarse sino que acabarán por distorsionar aún más el sentido íntimo que esta experiencia requiere. Y así, sin que llegue siquiera a sorprendernos, la supremacía y proliferación de lo comercial se convierte, finalmente, en una simple y muy efectiva máquina de olvido.