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Avatares del desnudo moderno en 7 escenas
Publicado en la revista ESTRATEGIA Económica y Financiera -noviembre 3 de 1995
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1 Las Señoritas de Avignon de Picasso es la primera gran pintura del siglo XX. Sin embargo, no es la que inaugura el arte moderno. Éste comienza con El Almuerzo sobre la Hierba pintado por Manet en 1863. En él, dos hombres vestidos comparten su pic-nic con una mujer desnuda. A partir de lo que fuera una imagen escandalosa, Gaëtan Picon escribió que “la historia de la pintura será esencialmente aquella de una percepción y ya no más de un imaginario.” En su desprevenida cotidianidad la escena no parece haber sido imaginada sino vista.
El cuadro de Manet demuestra una nueva manera de pintar a pesar de que el tema ha sido tomado de un grabado de Marcantonio Raimondi (1520), el cual proviene de un dibujo de Rafael basado a su vez en un dibujo antiguo, un detalle ampliado de El Juicio de Paris en el que éste debe entregar una manzana de oro a la más bella; las candidatas son Venus, Juno y Minerva. Venus, experta en tentaciones, obtiene el premio no sin antes haber influido en Paris prometiéndole a Helena “la mujer más bella del mundo", no una diosa sino una mortal. De este modo el cuadro de Manet continúa en su aspecto prosaico y realista la historia eterna de la seducción.
2 En Olympia, pintada por Manet en 1863, su modelo (la misma del "Almuerzo") adopta una pose que recuerda las famosas Venus de Ticiano, sólo que el realismo fotográfico que exhibe el ambiente, su domesticidad y su tiempo real, el detalle de la sandalia caída, la criada con su bouquet sugestivo, y el gato erizado- describen un lugar bastante menos sublime y mitológico.
3 Diez años más tarde, Cézanne con Una Moderna Olympia pone de manifiesto la naturaleza del lugar: un cliente (el observador del cuadro incorporado como testigo ocular) contempla la 'venus'. De ahí que McLuhan describa el invento fotográfico como “un burdel sin paredes”, como una puesta al desnudo, como una desidealización del imaginario de otras épocas. Como si el realismo inmediato de la instantánea fotográfica lo tomara por asalto reduciéndolo a su cruda presencia.
4 En los primeros cuadros de Cézanne se muestran temas violentos influidos en gran parte por publicaciones de crónica roja: orgías, raptos, violaciones, avalanchas, crímenes, estrangulaciones... Pinturas descarnadas que anticipan la intensidad característica del arte del siglo XX, donde una oculta energía inconciente impone la necesidad de su declaración, y que comienza por ocuparse del cuerpo femenino como de un “oscuro objeto del deseo” al alcance de toda manipulación.
5 No es sino comparar la intocada Venus Anadyomene de Ingres, recién salida de la espuma familiar, con el Desnudo con Ropajes de Picasso de 1907, pintada cien años más tarde. Esta mujer que anuncia el cubismo en una superficie hachurada de trazos contundentes y múltiples tensiones. Un contraste mayor frente a la venus de Ingres en cuanto la pose es idéntica, duplicada en espejo. Venus y Pintura revelan el acuerdo secreto que existe entre el cuerpo femenino y la 'piel' de la superficie pictórica. Sólo que bajo el régimen cubista el cuerpo intocado de la Venus marina ha quedado reducido a fondos aplanados por pinceladas cruzadas de color.
6 En 1912, Marcel Duchamp lleva la aventura del cubismo a su posición más radical. Su cubismo visceral desborda el tratamiento puramente geométrico ocupándose en cambio de una 'disección' más profunda de figuras y cuerpos. En su pintura El Pasaje de la Vírgen a la Novia asistimos a un extraño desfloramiento, o mejor, a un streap-tease integral en donde el acceso a lo simbólico desnuda literalmente las figuras de toda realidad formal inmediata. El resultado de esta 'operación' (en el sentido de la Lección de Anatomía de Rembrandt) arroja una Novia escurridiza, difícilmente alcanzable, cuyo lugar (según transmutaciones posteriores del cuadro) no es ya el Ideal sino la muy ciéntífica 4a dimensión; rescatando el antiguo imaginario de las diosas más allá de toda apariencia.
7 Las pinturas de Wilhelm de Kooning continúan con una cierta tradición del arte moderno que identifica la pintura con “el cuerpo del delito”. Sus “Mujeres” son testimonios desgarrados de una de las vertientes más características del arte norteamericano. En La Visita (1967), cuerpo y pintura se confunden en lo que se llamó la pintura de acción, la Action Painting. Y el pintor proyecta su extraña y complementaria figura: una Venus dramática, una monstruosa criatura derretida y abierta sobre la superficie del lienzo.
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Imágenes de un "proceso" histórico intuido por Thomas de Quincey (1785-1859). Sus libros más conocidos, Memorias de un Comedor de Opio Inglés y Del Asesinato considerado como una de las Bellas Artes[1], exploran con especial intuición el desarrollo de una época que se quería diferente. Un momento crucial en donde el impulso experimental de la ciencia se atreverá a desnudar crudamente los ideales estéticos de la tradición humanista. Y que de Quincey, precursor del género policíaco inventado por Poe, anticipa con ironía evidente :
If once a man indulges himself in murder, very soon he comes to think little of robbing; and from robbing he comes next to drinking and Sabbath-breaking, and from that to incivility and procrastination. (from Murder Considered as One of the Fine Arts, 1827)Si alguna vez alguien se permite un asesinato, muy pronto comienza a pensar que el robo es poca cosa; y de robar lo que sigue es beber e incumplir con el día sabático, y de ahí, a comportarse como un maleducado y a dejar todo para más tarde.
(mi traducción)
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[1] Thomas De Quincey's three essays 'On Murder Considered as One of the Fine Arts' centre on the notorious career of the murderer John Williams, who in 1811 brutally killed seven people in London's East End. De Quincey's response to Williams's attacks turns morality on its head, celebrating and coolly dissecting the art of murder and its perfections. Ranging from gruesomely vivid reportage and brilliantly funny satiric high jinks to penetrating literary and aesthetic criticism, the essays had a remarkable impact on crime, terror, and detective fiction, as well as on the rise of nineteenth-century decadence.
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Anexos :
Given: 1° Art 2° Crime
Modernity, Murder and Mass Culture
In the series:
Critical Inventions
Jean-Michel Rabaté
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Brian De Palma
The Rutgers Art Review, Vol 20, 2003 / Case Open and/or Unsolved: Marcel Duchamp and the Black Dahlia Murder, by Jonathan Wallis.
Publicado en Toutfait.com como:
Case Open and/or Unsolved:
Étant donnés, the Black Dahlia Murder, and Marcel Duchamp’s Life of Crime.
O más concretamente, los archivos completos del caso publicados recientemente en el website del FBI.
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Ed Wood, o lo bueno de las películas malas
Reseña publicada en este mismo número de la revista Estrategia
Lo bueno de las películas malas es la inocencia que se necesita para disfrutarlas. Mezclar tranquilamente Drácula, pulpos inflables retorciéndose en pantanos de juguete, grotescos luchadores que recuerdan -no tan vagamente- al jorobado de Notre Dame, travestis en suéteres de angora y platillos voladores construidos con platos desechables incendiados, es algo que tiene su gracia. El que se ponga a pensar, pierde, pues termina por encontrar multitud de impertinencias absurdas de gusto y ocasión. Pero si lo que se tiene es un entusiasmo desprevenido, a prueba de reflexión, la imaginación va saltando de una cosa a otra con fluidez exorbitante, como si una sola cosa maravillosa y compacta estuviera sucediendo.
Ed Wood es un genio de la tontería y de la espontáneidad descuidada y entusiasta. Calificado como el peor director de la historia del cine, Ed, el absorto, ni cuenta se dió de que su deseo obstinado anduvo a contrapelo absoluto de los estándares de la industria cinematográfica mientras admiraba a Orson Wells como a un dios personal, intransferible. Obedeciendo a un impulso ciego y tolerante, particularmente compasivo, protegió siempre a Bela Lugosi (el Drácula 'original'), a actores de segunda (sus pares), a vampiresas sin empleo y a productores de tercera, rodeándose del equipo perfecto para servir la imaginación sin objeciones de un director 100% imperfecto.
Hoy, después de todos los perdones que el tiempo concede, y de la consecuente explotación de sus memorias, un director como Tim Burton sale con esta joya retrospectiva que es el homenaje al peor de los directores posibles. Un blanco y negro impecable como ya lo quisiera Woody Allen en sus nostalgias neoyorquinas, un casting preciso y transparente, un ritmo calcado de la catastrófica y conmovedora biografía, y un sentido sensible de la oportunidad, hacen de esta película una experiencia que contrasta con tanta producción pretensiosa. Uno sale queriendo ver sus películas, sus fracasos estruendosos, sus originales, como quien busca encontrar en esas excepciones el reverso liberador de una excelencia esclavizante para sumergirse en el placer dominical que concede la tontería, el disfrute sin compromiso de una licencia ignorante.
Ed Wood fue un pésimo director, obviamente, pero es como si ese exceso nos pusiera en contacto con el lado escondido de una fantasía inobjetable. En últimas, es probable que Ed Wood no termine siendo tan malo como parece. Tal vez se descubra como uno de los directores más encantadoramente populares de esa mitología americana, de esa fábrica de falsificaciones minuciosas que es HollyWOOD.
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