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Publicado en la revista ESTRATEGIA Económica y Financiera -Junio 31 de 1995
La respuesta a la creación inminente de este ministerio ha suscitado toda clase de reacciones: El Estado dice SI y la Cultura, representada por algunos insignes intelectuales, dice NO. La gente, por su parte, no sabe qué pensar ante esta curiosa disyuntiva en donde las opiniones se presentan contrarias a lo que podria esperarse. Lo que sí resulta claro es la desconfianza recíproca: mientras los representantes de la cultura reaccionan negativamente ante la iniciativa política, éstos, para protegerse, legislan apresuradamente para que el ineludible debate no entorpezca la voluntad oficial.
Se ha dicho ya que el «país cultural» no existe frente al «país politico», de ahí la suspicacia de muchos intelectuales y gentes pensantes. Por eso sorprende la formulación de una Ley General de la Cultura, simultáneamente rotunda e improvisada, cuando lo que se usaba era la creación de una serie de institutos que asumian más puntualmente las necesidades que se iban presentando. Pero también es cierto que si consideramos el crescendo gradual y no demasiado conciente de lo cultural en Colombia (que va desde una noción de las ciencias sociales traida por los refugiados de guerra europeos hasta la creación de Colcultura en el 68) la idea de una categoría ministerial podría tener una cierta lógica en cuanto gesto de legitimación del pensamiento creativo en este país, incorporándolo como valor constitutivo de la nacionalidad.
Cada cultura es cada cultura, pero el proceso de globalización producido y sostenido en gran parte por los medios masivos hace que todo se confronte y se influya en una amplia conducta de reciprocidades. La presencia de una cultura GLOBAL -que no necesariamente coincide con la de masas- las contiene a todas agitándolas bajo un patrimonio genérico sin fronteras, pasado y presente conjugados. Es así como la cultura de masas, tan discutida por su tendencia a los comunes denominadores y su consecuente comercialización, se impone de modo que las culturas locales terminan enfrentadas a otros valores y la vieja dualidad entre cultura culta y cultura popular (determinante de tantos comportamientos sociales) se va difuminando.
El artículo 70 de la Constitución del 91 habla de la cultura como «fundamento de la nacionalidad», una nacionalidad «plural y diversa». Consecuentemente podría pensarse que este fundamento, determinado precisamente por esa pluralidad y diversidad, es algo tan complejo que termina por desafiar la capacidad administrativa del estado. Es bien sabido que la mentalidad política a la que estamos mal acostumbrados carece de criterios suficientemente coherentes y versátiles para habérselas con semejante programa.
Al mismo tiempo, los intelectuales siguen confinados a sus nichos artístico-literarios de siempre, sin que al parecer hayan tenido realmente en cuenta la globalización informativa y sus inevitables consecuencias. Por eso, cuando el SI y el NO de sus respectivos discursos se enfrentan -no digamos en un clima de productividad sino como una cierta incapacidad de interlocución, que es lo que parece que está sucediendo- hay que entender que ambas posiciones se han sido transformando en la óptica de lo contemporáneo.
Por otra parte, resulta sintomático que ante una falta de referencias más acorde con nuestra condición cultural, se les ocurra que Francia pueda ofrecer un modelo adecuado. Las estrategias que corresponden a su elevada conciencia de identidad cultural (Francia = Cultura) son más el ejemplo de una encrucijada específica que una opción a exportar. Los franceses, al nombre de su «Ministerio de la Cultura», han agregado con sutileza evidente «...y de la Francofonía», extendiendo su territorio fonéticamente más allá de los limites físicos de su nacionalidad. Como el lenguaje de la diplomacia mundial ya no es más el suyo, saben que deben proteger su identidad del avance de una cultura global liderada mediáticamente por los Estados Unidos. De ahí sus politicas de impermeabilización que contrastan con la actitud de los japoneses que mezclan pasados coherentes con situaciones presentes de gran movilidad. Dos estrategias opuestas frente al problema de la supervivencia cultural. No entonces que necesiten 'fundarla', como es nuestro caso, sino proteger sus identidades ante una imparable erosión.
Para cada país «reconocer», «precisar» y «defender» su identidad (como dice la Constitución) parece ser una manera de mantener su capacidad de negociación. En cuanto a las estrategias, El proceso de vasos comunicantes, con sus diversas alturas y diámetros, es un buen ejemplo de estas nivelaciones en donde se intentan preservar ciertas formas mientras se intercambian contenidos. El problema es interactivo y no simplemente un asunto local.
Lo que pone al descubierto la propuesta de un Ministerio de Cultura en Colombia (su mérito involuntario) no es nada sencillo. A partir del momento de su señalización o nominación institucional la cultura aparece categorizada como un problema básico de la nacionalidad. Es decir, que al contrario de la conocida objeción, sí puede crearse «cultura por decreto», pero entendida de otra manera: 'decretar', más que resolver el problema, lo inaugura haciéndolo de este modo conciente.
El acceso a la cultura presupone una capacidad de relacionarse y comprender favorecida por la EDUCACIÓN. Una que permita la formación de criterios desde los cuales abordar las variables. La cultura global no se asimila a una cultura «culta», codificada como “sistema de valores”, sino como una capacidad de relación productiva con aquello que se desconoce. Sin acuerdos, el malentendido prospera con su efecto disolvente. Por eso, cuando se habla de Políticas Culturales, la fusión del 'país político' y el 'país cultural' se evidencia como una necesidad.
Culpar a la clase política siempre ha sido fácil. Lo que es menos obvio es ponerse a considerar si la clase cultural posee la capacidad inventiva que requieren los problemas sociales. Hasta el momento los argumentos políticos sobre la cultura dejan mucho que desear y no pasan de ser ocurrencias de primera mano, generalidades que no justifican un entusiasmo real. Como dicen los chinos «hay que diferenciar para juntar», y en un pais «silvestre» lo indiferenciado, por bueno que sea, no tiene muchas oportunidades de incorporarse a la conciencia como patrimonio.
Temor al Ministerio? Desconfianza justificada frente a lo político. Miedo a la cultura? En un pais tradicionalmente intimidado, este temor es más dificil de reconocer puesto que la censura y la devaluación del pensamiento creativo es el acuerdo (tácito) que protege nuestra inseguridad intelectual.
Lo que la creación de este ministerio implica -y esto aclara de algun modo las resistencias- es un desafío a la capacidad comunicativa de los colombianos; y no sólo entre nosotros sino con el mundo entero. El fenómeno es extenso, complejo, interministerial: Educación, Comunicaciones, Cultura, Relaciones Exteriores y Medio Ambiente.
Es claro que el hecho de decretar no resuelve el problema. Pero la ventaja de tener un Ministerio de la Cultura es la de poder reconocerla y cuestionarla sacándola del anonimato.
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