Una
exposición de proyectos presentada en el Planetario Distrital y organizada bajo
la siguiente intencionalidad :
El Instituto Distrital de Cultura y Turismo, la Facultad de Artes de la Universidad Nacional, y el diario El Tiempo están interesados en la producción de obras de arte para la ciudad, convencidos de que dar forma, trabajar sobre la forma, involucrar a la ciudadanía en labores de construcción que tienen que ver con el mejoramiento del espacio en que transcurre su vida, se convierte en vehículo de identidad y enriquecimiento cultural.
Finalmente, un evento artístico cuyas paredes respiran hacia afuera... La idea, en últimas, es la ciudad como espacio público de la obra, y los artistas respondieron -con entusiasmo- a la convocatoria. Así, dentro del espíritu de una conciencia ciudadana que se va implantando gradualmente, faltaba la declaración participativa del arte como interceptor de lo cotidiano.
Las ideas y ocurrencias van desde lo más obvio hasta lo más inimaginable. Veamos :
Los «escultóricos», los maestros tipo escultura-en-un-parque, o en una avenida, o en un round-point... Obeliscos, arcos, puentes. Todos en hierro. Cosas simples y grandes en el centro de cualquier centro (mejor la idea de convertirlos en estampilla conmemorativa -de cinco centavos de un monumento inexistente, ubícuo y mucho más liviano), simple erección afirmativa en el espacio al modo purista de diseñadores, como siempre, muy formales. Como dicen los arquitectos : un «hito», un «mojón», una cosa para no perderse, o para ponerse citas. En últimas, recostadero de mendigos, orinal de perros bogotanos, ocasión de rayones y mensajes (como si las muy ignoradas columnatas de R. Villamizar no pasaran de ser una escrupulosa maqueta que, en realidad, es un anónimo y aburrido laberinto donde lo único que se ‘pierde’ es la escultura misma).
Otros propusieron -con inmodificable sentido común- convertir el parque Simón Bolívar en flamante parque escultórico, a la manera de países civilizados como «santuario para la experiencia artística"... La idea es buena pero, ante los hechos, no valdría más una serie de esculturas destinadas a recibir -como chivos expiatorios- el terrorismo recreativo típico de nuestra ociosa idiosincrasia ?
Dentro de este género, llama la atención “Chiquinquirá”, una pieza con agrandados juguetes populares (un trompo, un balero, un yo-yo) especie de réplica infantil a los héroes en bronce y caballo. También la pieza megalitica escalable «Suescalito" verdadera delicia deportiva y popular diseñada para trepársele a la idea del monumento. Otra bonita y sencilla, menos grave que el olvido, es la de bajar de su pedestal a todo héroe o prócer, como para que comparta su immortalidad con la ansiedad del piso ciudadano. Moraleja : para que unos se puedan subir a los zócalos otros se tienen que bajar... Como ese proyecto de fundir en plástico de colores (tipo muñequitos del LEY) las estatuas de Bolívar o Tomás Cipriano y repartirlas por varios lugares inopinados. Una estrategia de alivio, de juego, de nivelación, de reciclaje de la acartonada historia para que salga del librito mal impreso y se divierta incorporándose al futuro en que nos hemos convertido. Otra, una cierta «conección» de la historia efectuada desde los afanes del presente; propuesta de sintaxis escultórica que consistiría en bajar a la reina Isabel y rodearla de palmeras, mientras que Cristóbal queda señalando para otro lado, «hacia El Dorado”... mucho más allá del aeropuerto, hacia las otras Indias. Como corresponde a su inverosímil e inolvidable equivocación.
Pero no todo son «esculturas», ni culturas, ni monumentales juegos con sus egos de bronce, traviesos o significativos. El espacio público confronta también su incultura con naturaleza. Por eso hay proyectos de árboles : a) Uno por cada muerto anual, para un total estimado de 7.800 robles sembrados bajo el mismo esquema azaroso que tiene ei crimen desorganizado. b) Un hombre-árbol se desplaza la deteniéndose para tomar un tinto y conversar de tú a yo con transeúntes relativamente desprevenidos; su título, «Memoria vegetal». O la poética e irónica propuesta de unos afiches que rezan (porque la cuestión es como para rezar) “INTOCABLES Colecciones de árboles nativos protegidas por un doble cerco y localizadas en áreas especiales para el disfrute peatonal.”
Otros, miraron a los cerros y vieron señales de prodigio : collares para una mamá Monserrate; cuerdas de «equilibrio» (890mts) entre la misma y Guadalupe, que brillarán en la noche capitalina; muros y cortinas de agua que vienen como a inundar la Sabana en una recuperación del lago enorme que fuimos, y un velero legendario que navega ídem en el mismo charco. Ilustraciones escultórico-literarias, un poco a lo Mutis. A otros, les dio por bajar del monte al llano, a la planicie zumbadora de la gran ‘ubre’ campesina o ciudad de la Santa Fe. Estos se presentan como obstrucciones, avisos, líneas y cables entre edificios, unas con ringletes en espirales reflectivas movidas por el viento, otros con vallas «interferentes» donde miradas de niños nos miran mientras los miramos; y avisos con mensajes más «idealmente» publicitarios : Una «Bogotá Chanel», cosméticamente inverosímil -futurísticamente pasada de moda- donde los edificios se convierten en frascos gigantes de perfume y lociones para el cuerpo (del delito). Como si las mejores propuestas artísticas siguieran siendo las imposibles o las que sólo existen en la imaginación. Mientras tanto, los relojes digitales podrían emitir otros destellos menos inocuos y más inoculantes : “el hombre que no es fiel a si mismo se convierte en una mentira con dos patas” o cualquier otra frase igualmente incomprensibIe. "Zebras" con zebras africanas u otro tipo de animales para marcar omamental y divertidamente el paso de los peatones. Camiones que pasan arrastrando imágenes de la ciudad en espejos enormes. Fotomurales de un pasado sepioso (el color de las fotos antiguas) camuflándose en arquitecturas del diecinueve replicando memorias escondidas.
O la manera un tanto mas ingeniosa que propone repavimentar la Plaza de Bolivar con “mármol americano” (huesos de animales), tal y como se aprecia en la Quinta de Bolivar y otras haciendas coloniales. Una sutileza, seguramente, frente al descarnado proyecto que pide a la gente (como colaboración voluntaria) salir un dia X a la calle provisto de una sábana blanca, acostarse en un lugar cualquiera y reflexionar “que por un minuto se les fue la vida por siempre”... La escultura tiene un nombre igualmente ensoñador : “Imaginemos que a todos alguien nos mataba”. Y para que quede completo el asunto, basta con que la deprimente víctima dibuje la silueta de su propio cadáver en el piso. Como se ve, todo tan ilustrativo y pedagógico. Casi como los mimos de Mockus, santo patrono de las espaditas de plástico y el valor cívico de las revelaciones epidérmicas.
Pero si usted está muy cansado, el «Meta-recinto» lo espera. No es sino entrar en una vieja casona del centro especialmente adaptada según las indicaciones evocadoras de «La nave va» de Fellini : “un gran espacio en penumbra enmarcado por el costado de una gran Nave, al fondo, una Balsa Luminosa, donde el visitante puede sentarse mientras escucha un suave rumor de olas”. Mejor dicho, luces, cámara e inacción. Espacios de silencio, o de disponibilidad, como el de «Un taller en la universidad de la ciudad» o agencia de servicios posibles presentado por la corporación El Actomático. Su centro de emisión es Radio CERO «espacio de encuentro para las visiones particulares de mentes creativas y contempladoras de su espacio tiempo...». Porque, como dice uno de sus comunicados «No hay otros mundos pero si otros ojos».
Ojo entonces a la respuesta ciudadana. Por eso, al Instituto Distrital, a la Facultad de Artes y al Periódico El Tiempo se les devolverá el bumerang de la propuesta. Ahora tenemos, como quien dice, harto arte para Bogotá. La idea servirá para medir más precisamente la distancia entre lo que el arte quiere y lo que busca la propuesta institucional. Ya sabemos que lo de la plata es lo de menos. Por eso, otra idea sería convertir el Capitolio en una gigantesca alcancía para que el 10% (apenas) de todos los serruchos que se hacen en el pais pudiera encontrar un destino menos egoista. Aunque, pensándolo bien, al arte no le convendría demasiado esa posibilidad de ser soñado.
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