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Publicado en el MAGAZIN DOMINICAL de El Espectador #698 (29.06.96)
I
Si pudieramos volar sobre el mapa de la historia como si fuera un territorio real, podría verse el Renacimiento, allá abajo, extendiendose como una mancha 'azul mediterráneo' desde las ciudades italianas hacia el continente europeo. Luego, como una paloma, descenderiamos velozmente a Roma, centro de la cristiandad, como un Espíritu Santo en busca de su Santa Sede. Y como de 'turismo' se trata, el destino más preciso no puede ser otro que la Capilla Sixtina.
La paloma, una vez allí se deslizaría volando por alguna ventana entreabierta hacia el centro de la bóveda alucinada donde aparece la paradigmática escena, La Creación de Adán imaginada por Miguel Angel donde un Adán reclinado y un Dios Padre muy raudo y volátil acercan sus manos dejando por siempre en suspenso el intervalo insalvable y brevísimo entre sus índices respectivos. Como si una chizpa invisible se adjudicara el enigma central del proceso creativo. En otras palabras, que toda esa idea del arte religioso, con sus descomunales proezas de nubes, colores, aureolas, y toda clase de figuras flotantes, termina girando paradójicamente alrededor de un pequeño espacio vacio, haciendo de la representación, en todo su despliegue, el glorioso marco barroco de lo irrepresentable.
II
Cuatrocientos cuarenta y dos años más tarde, la célebre escena reaparece simplificada hacia su máximo efecto. Pintada con aerosol a la manera graffiti sobre unos vagones del metro de Nueva York, la imagen ha sufrido una 'profunda' transformación. El cambio de contexto -de la sacrosanta Sixtina y sus aireadas regiones celestes a las densas y apretadas profundidades del subway- termina por invertir de manera radical el principio trascendente: en vez de subir, bajamos; del ave pasamos a la serpiente.
Las manos, en esta versión, aparecen estigmatizadas como si se las hubiera tatuado sobre el costado de un dragón metálico. El mágico intervalo que señalaba su distancia, ahora funciona instalado mecánicamente en unas puertas que al abrirse y cerrarse, activan en intermitencia el resultado del gesto creativo: engendrando y devorando millares de seres que brotan y desaparecen como conejos de un oscuro cubilete de mago industrial, cuantitaivo.
El gesto tiene firma, declaración gráfica, sello: Freedom, subrayado con alas y aureola, pero no por un artista conocido, sino por grafiteros que rondan las profundidades del subconciente urbano, colectivo. Formulando de paso dos preguntas en sencilla e intrigante secuencia: ¿Qué es arte? –¿Por qué es arte? Y no por que la pregunta sea nueva (una inquietud que asedia el arte moderno desde sus comienzos, hacia la segunda mitad del diecinueve), sino por la precisión novedosa con que articulan los elementos de su puesta en escena: la imagen reciclada, el lugar y el soporte en relación al público, las implicaciones del texto, la firma, etc. Toda una estrategia de comunicación intuitiva, condensada.
III
Wired es una conocida revista sobre tecnología y cultura electrónica. En una de sus páginas, Miguel Angel regresa esta vez camuflado bajo otro tratamiento. Adán ocupa la escena protagónicamente frente a un Dios padre menos creible y presente. De todos modos el famoso intervalo permanece, más no intacto; en su lugar, la aguja de una cúpula (San Pedro en Roma) intercepta el espacio vacio como sutil complemento. En clara disposición de satélite el “pararayos” celeste convierte sus descargas en mensajes, en frecuencias; el aviso de la RAI italiana aparece cruzado por una dirección electrónica.
El lugar de la imagen (capilla o vagón) es ahora una revista, una invitación en pantalla. El emblema renacentista que representa el “acto creativo” transita entonces entre diferentes circunstancias históricas manteniendo su carácter esencial pero diferenciado nítidamente en los soportes que cada época le ofrece. ¿Un simple cambio de medio? Las preguntas en las paredes del metro actualizan enfáticamente el problema de la intencionalidad y el contexto.
La imagen no miente. Del techo de la Sixtina descendió a las profundidades del Metro para subir enseguida aligerada informáticamente (como en cualquier resurrección) indicando de paso todo un proceso histórico verificable. El “intervalo” enigmático entre los dedos humanos pasó de lo suscitativo que caracteriza al relámpago arcaico a la chizpa del motor en las entrañas de la máquina, y luego a la pantalla vibrante, al espacio ubicuo y doméstico de los monitores conectados a la red. De la Biblia pasamos al espacio virtual, cibernético. ¿Cómo vendrá la próxima imagen?
Anexos:
a)
Caja de cereal con E.T.

Einstein + Sandburg = E.T.

b)
Las Guerras de la Evolución,
Time Magazine, aug 15, 2005

Como dice el artículo, "La presión por enseñar Diseño Inteligente plantea la pregunta: 'debe Dios tener un lugar en las clases de ciencia?'"
c)
Fotograma de Frankenstein, dirigida
por Kenneth Branagh, 1994

d)
Una "tacada" crea figuras

Aparte de la carambola mitológica que alude a la historia de Saturno castrando a su padre Urano -una manera de interpretar el asunto-, el montaje de Adán comenta indirectamente un objeto que hice en Paris en 1983: un marco dorado cuyo espacio central se ha cancelado por completo sobre el cual aparecen, incrustadas, las tres bolas del billar. Las connotaciones del título, Coup-de-queue (golpe de taco; donde queue significa, en francés: taco o billón, cola, miembro viril), así como la forma simultáneamente apretada y receptiva del marco, juegan, entre otras, con la asimilación a los poderes del 'pincel' en 'la pintura'. Es decir, cuando es a Adán a quien le toca.
e)
Y otro avatar:

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